Alberto Noguera ha recorrido el mundo persiguiendo su sueño: jugar al fútbol a nivel profesional. Esa pasión le ha llevado a pasar de vivir arropado en las categorías inferiores del Getafe y el Atlético de Madrid a aprender la dureza de la Segunda y Tercera División en España, rodeado de jugadores con 20 años más que él. A mudarse de país y aprender a la fuerza un idioma por pura supervivencia, como el inglés en Blackpool o el ruso en Azerbaiyán. Y a vivir situaciones surrealistas, como los impagos o una invasión de campo: “Estábamos entrenando y nos tuvimos que ir porque se nos metieron monos y nos perseguían y eran monos gigantes”, recuerda en una entrevista con Infobae España.
Su vida siempre ha estado vinculada al mundo del fútbol. Sin embargo, sus inicios fueron sobre un parqué y asfalto y en un campo de dimensiones reducidas: las de fútbol sala. Todos sus compañeros del colegio estaban en su mismo equipo, pero a medida que fue creciendo y sus capacidades con el balón comenzaron a llamar la atención, se le presentó la primera oportunidad: hacer las pruebas para la cantera del Getafe. Durante cuatro años, Alberto fue pasando por las categorías inferiores del club azulón hasta llegar a juvenil.
Tras su paso por el Getafe, dio el salto al San Sebastián de los Reyes, que por entonces se encontraba en Tercera División. “Fue la primera vez que jugué con gente mucho mayor y ese fútbol te pone los pies un poco en la tierra y te explica un poco las cosas, porque yo era un chaval de 18 años con gente de 40″, asegura. Como confiesa, ese fútbol era duro: “Ahora a los jóvenes se les cuida mucho, pero antiguamente éramos la última mierda. Era una pelea continua, pero guardo buenos momentos”. Al final consiguió hacerse un hueco y destacar en el equipo. Una actuación que llamó la atención de distintas canteras, entre ellas la del Atlético de Madrid.

Alberto se vistió de rojiblanco para defender los colores en el equipo B, aunque acabó jugando un año con el tercer equipo que estaba en Tercera División y poco a poco fue subiendo. “En esas categorías y en esos equipos hay mucha competitividad y todo es muy difícil, pero fue una época muy bonita, con muy buenas instalaciones y yo, que soy de Madrid, estaba en uno de los mejores clubes posibles”. Y añade: “Yo estaba muy contento, tenía 19 años y te crees el rey del mundo”. Poco a poco, fue llamando la atención del entonces entrenador del primer equipo: Quique Sánchez Flores. Con él llegó su gran momento en el Atlético de Madrid: el debut en primera, en el mítico Vicente Calderón.
“Fue contra el Levante y, bueno, imagínate. Jugar así en el equipo de tu ciudad, delante de un montón de gente. Fue precioso. Encima todos mis amigos fueron al campo a verme y encima en el antiguo Calderón. Es un recuerdo para toda la vida”. Ese fue el primero de varios de los partidos que jugó con el primer equipo. Sin embargo, cuando parecía que estaba consiguiendo hacerse un hueco en la plantilla, el Atlético de Madrid comenzó a hacer cambios, empezando por el entrenador. “Quique se fue y llegó Manzano y ya luego el Cholo. Y a mí me pilló en medio”. A pesar de que con el técnico argentino jugó algún partido, no llegó a tener hueco dentro del vestuario.
“Llegó el Cholo en una época donde venía de unas circunstancias también un poco especiales, porque Manzano no lo había hecho bien con el equipo a principio de temporada. Llegó en diciembre y al final es normal que no tires de cantera de primeras porque tienes que asentar un poco el equipo en tus primeros meses como entrenador”, detalla. Su contrato con los rojiblancos llegó a su fin y Alberto decidió que era el momento de un cambio: su carrera profesional le llevó fuera de las fronteras españolas, a Inglaterra. El equipo acaba de bajar de la Premier y su principal objetivo era volver a subir, y no lo dudó. Así empezó a jugar en el Blackpool, un equipo de Championship (la segunda división inglesa).
Para Alberto, no fue un cambio sencillo. Fuera de su país, en un equipo distinto y con otro idioma. “Vienes de una cantera donde estás muy protegido y te vas a un equipo donde otra vez son compañeros muy mayores. Además, yo pensaba que sabía inglés, pero llegué allí y me encontré la realidad, que te hablan con 30 acentos diferentes y cazas cuatro palabras”, reconoce. Allí se le juntó todo: no jugaba mucho, no estaba cómodo y echaba de menos su casa. Hoy considera que, a pesar de que entonces no lo vio, fue una experiencia que le enseñó a desenvolverse. Tras terminar la temporada, decidió poner fin a su relación con el club inglés a pesar de tener otro año firmado, porque a nivel personal necesitaba un cambio. “Después llegó otra aventura. Me fui a Azerbaiyán”.

La situación fue similar a la anterior, le llamó el entrenador y le convenció para marcharse a “un sitio que entonces no sabía ni dónde estaba en el mapa”. No solo fue él quien acudió a la llamada, sino un grupo de españoles que confluyeron en el mismo equipo. Sin embargo, volvió a vivir una experiencia complicada: todos hablaban ruso, la cultura era muy diferente y tuvieron problemas de impagos. “Para entendernos había un traductor, pero había que buscarse la vida. Yo empecé a dar clases en ruso, pero no me dio tiempo a aprender mucho”. Respecto a los impagos, reconoce que aguantaron a ver si el club podía hacer frente a la situación, pero nunca llegaron a pagarles. Tampoco podían decir nada al presidente porque solía aparecer con “cuatro guardaespaldas”. “Al final denunciamos ante la FIFA, pero el club desapareció. En resumen, no vimos un duro”, reconoce.
A ello se suma la situación vivida fuera del campo, donde la cultura y el idioma le llevaron a situaciones surrealistas, hasta en las tareas más banales: “Recuerdo ir al supermercado y, como todo estaba en ruso, llegabas a casa y te dabas cuenta de que no habías comprado lo que querías porque la etiqueta no venía en inglés y tenías que averiguar qué habías comprado”. Allí estuvo otro año y, después de dos malas experiencias, llegó incluso a plantearse buscar un trabajo, porque “en el fútbol tenía la negra”. Sin embargo, al regresar a España comenzó a jugar en el equipo madrileño Trival Valderas, que le ayudó a volver a ilusionarse con el fútbol. Después pasó por el Fuenlabrada y, tras ello, aterrizó en Lorca.

Al club murciano llegó atraído por el proyecto de un inversor chino, que compró el equipo y puso mucha financiación. Una situación que dio sus frutos, ya que consiguió el ascenso a segunda, pero el cambio de entrenador y la marcha del inversor les hizo volver a descender. De allí se fue a Numancia, aunque salió cedido al Racing de Santander y de nuevo volvió a disfrutar del fútbol. Todas las circunstancias se alinearon para hacer de su paso por Santander una gran experiencia: la ciudad, el club, la afición e, incluso, un ascenso. Tras ello, regresó a Numancia y terminó allí su segundo año antes de volver a vivir una experiencia en el extranjero. Esta vez en la India.
“Mi último año en España fue el del Covid. Todos encerrados y nosotros teníamos que entrenar en casa. Yo recuerdo que tenía una bici estática y estaba todo el día dando pedales”, recuerda. Y añade: “Después ya me fui a India y fue un choque cultural grande”. Cuando llegaron, las restricciones del coronavirus obligaban a los jugadores a vivir en una especie de burbujas, aislados en los hoteles, donde solo salían para ir a entrenar, a pesar de que el resto del mundo comenzaba a hacer vida normal. Tras ese inicio recluido, durante sus cinco años en el país pudo vivir y conocer la cultura en profundidad.
El idioma no fue un problema porque muchos de sus compañeros hablaban inglés, pero cuenta que vivió experiencias de todo tipo. “Yo cada día salía de casa y pensaba: ‘A ver qué me pasa hoy’”. La pobreza fue una de las cosas que más le impactaron, así como las enfermedades o los matrimonios concertados. “De repente, un compañero de mi equipo que pensaba que no tenía novia, me dice que mañana se casaba y que su padre le había organizado una boda. Y fui a la boda”. También recuerda que tenía otro compañero de una zona de la India que estaba pegada a China y que cada vez que ganaban les llevaba a cenar perro, porque en su cultura celebraban así las cosas. Una de las anécdotas que más recuerda fue durante un entrenamiento: “Nos tuvimos que ir del campo porque se nos metieron monos, nos perseguían y eran monos gigantes”.
Tras cinco años en la India, decidió que era el momento de regresar a España. De la mano del Rayo Majadahonda ha iniciado una nueva temporada que afronta con ilusión y con el objetivo de conseguir el ascenso.
Alberto sigue disfrutando el fútbol, ahora en España, tras años viviendo aventuras en otros países y descubriendo otras culturas. “En todos los lugares en los que he estado he intentado siempre sacar lo mejor de la oportunidad y del momento. Aunque haya estado sin cobrar, aunque lo haya pasado mal. En Azerbaiyán no cobré, pero aprendí ruso. En Inglaterra no jugué, pero aprendí inglés. En India he aprendido un montón de cosas. Y en cuanto a fútbol, obviamente en España, viví los ascensos. Me quedo con un poquito de todo porque tengo una carrera muy larga y me ha ido muy bien”.






