En Ecuador, el comportamiento del voto ha experimentado una evolución notable, pasando de un sistema estable y dominado por partidos tradicionales a uno fragmentado y polarizado. Factores como la crisis de los partidos políticos, el surgimiento del populismo, la influencia del correísmo y su posterior debilitamiento han contribuido a dividir cada vez más al electorado.
Las elecciones recientes reflejaron un cambio profundo en la política ecuatoriana. La falta de una clara ventaja en la primera vuelta y la casi perfecta paridad entre los dos candidatos principales indican una marcada polarización en el país. Además, la dispersión de los votos de otros candidatos sugiere que el desenlace en la segunda vuelta dependerá de la capacidad de cada contendiente para atraer el apoyo de un electorado indeciso y desligado de identidades partidistas. Con estos resultados, Ecuador se enfrenta a una segunda vuelta electoral que definirá no solo su futuro inmediato, sino también el rumbo político de los próximos años.
Desde que Ecuador retornó a la democracia en 1979, las elecciones presidenciales en primera vuelta han mostrado patrones de votación diversos, con algunos procesos más competidos que otros. Infobae analizó la evolución del voto en primera vuelta a lo largo de los años para comprender por qué los comicios de 2025 han sido de los más reñidos y atípicos.
En las primeras elecciones posteriores a la dictadura militar, el voto en Ecuador reflejaba una competencia equilibrada entre diversas fuerzas políticas. En la elección de 1978-1979, Jaime Roldós obtuvo el primer lugar con el 28%, seguido por Sixto Durán-Ballén con el 24%, y Raúl Clemente Huerta alcanzó el tercer puesto con un 23%. Este escenario mostraba una fragmentación inicial, aunque con tres fuerzas principales concentrando el voto.
En los siguientes comicios, se estableció un sistema de competencia más estructurado. Durante las elecciones de 1984, 1988 y 1992, los partidos tradicionales, como el Partido Social Cristiano (PSC) y la Izquierda Democrática (ID), dominaron los primeros lugares, con figuras como León Febres-Cordero, Rodrigo Borja y Sixto Durán-Ballén como principales contendientes. Estas elecciones se caracterizaron por diferencias moderadas entre los dos primeros puestos y una menor dispersión del voto.
No obstante, esta estabilidad se vio erosionada en la elección de 1996, cuando Abdalá Bucaram irrumpió con un enfoque populista, logrando el 26% frente al 27% de Jaime Nebot. Aquí se evidenció un cambio en las preferencias electorales hacia figuras carismáticas con propuestas más polarizantes, marcando una tendencia para futuros procesos.
En 1998, Jamil Mahuad lideró la primera vuelta con el 35%, aunque la sorpresa fue Álvaro Noboa, padre de Daniel Noboa, actual presidente de Ecuador, quien obtuvo el 27% representando un modelo outsider con enfoque empresarial. La diversificación del voto se evidenció con Rodrigo Borja (16%) y Freddy Ehlers (15%) en tercer y cuarto lugar, aunque los dos primeros seguían concentrando la mayor parte de los sufragios.
En 2002, Lucio Gutiérrez capitalizó el voto del descontento con tan solo el 21% en primera vuelta, seguido por Álvaro Noboa con el 17%. Aquí se observó una mayor dispersión del voto, con León Roldós (15%) y Rodrigo Borja (14%) en tercer y cuarto lugar. Esta falta de liderazgo claro en primera vuelta y la fragmentación de las opciones reflejaron un electorado en búsqueda de alternativas nuevas ante la carencia de un modelo bipartidista.
En 2006, Rafael Correa surgió en la escena política con una propuesta de izquierda radical y logró llegar a la segunda vuelta con el 23%, aunque Álvaro Noboa fue el más votado en primera vuelta con el 27%. Este evento significó el inicio de una nueva era dominada por el correísmo.
Las elecciones de 2009 y 2013 constituyeron una excepción en el comportamiento electoral ecuatoriano, ya que Rafael Correa logró ganar en primera vuelta con el 52% y 57%, respectivamente. Fue la primera y única vez en la historia reciente democrática de Ecuador en la que un candidato obtuvo la presidencia sin necesidad de un balotaje.
Sin embargo, tras la salida del poder, el correísmo no pudo mantener la misma hegemonía. En 2017, Lenín Moreno, respaldado por Correa, solo obtuvo el 39% en primera vuelta y tuvo que enfrentar una segunda ronda con Guillermo Lasso, quien alcanzó el 28%. Esto marcó el inicio de una fragmentación del voto que se acentuó en 2021, cuando Andrés Arauz, candidato del correísmo, logró solo el 33%, mientras Guillermo Lasso y Yaku Pérez obtuvieron el 20% y 19%, respectivamente. Esta elección se tornó una de las más divididas en la historia reciente, demostrando que la Revolución Ciudadana había perdido parte de su capacidad de movilización.
Las elecciones de 2023 representaron un cambio importante en la política ecuatoriana. Luisa González ganó la primera vuelta con el 34%, pero Daniel Noboa, inicialmente no considerado un candidato fuerte, logró el 24% y finalmente se impuso en la segunda vuelta. Christian Zurita, sustituto de Fernando Villavicencio tras su asesinato, quedó en tercer lugar con el 17%, mientras que Jan Topic alcanzó el 14%. Este escenario reflejó una mayor diversificación del voto y un electorado que optó por opciones de centro y derecha.
En 2025, la situación se tornó aún más singular. Por primera vez, dos candidatos quedaron prácticamente empatados en la primera vuelta, con Daniel Noboa logrando el 44,16% y Luisa González el 43,99%. Nunca antes en la historia democrática de Ecuador se había registrado una diferencia tan mínima entre los dos primeros puestos. Además, la fragmentación del voto entre los candidatos con menor respaldo fue extrema, con Leonidas Iza obteniendo solo el 5,2% y Andrea González Nader el 2,7%. La dispersión entre los demás candidatos fue mucho mayor que en elecciones anteriores.
Este escenario evidencia que Ecuador ha evolucionado de un sistema con liderazgos definidos y una marcada tendencia hacia la consolidación de partidos fuertes, a uno donde las elecciones se determinan cada vez más en la segunda vuelta, con un electorado volátil e impredecible. Las elecciones de 2025 no solo corroboran esta tendencia, sino que establecen un precedente en la historia electoral del país: una contienda sumamente cerrada que podría redefinir las estrategias políticas y la manera en que los candidatos aborden los procesos electorales en el futuro. La incógnita que queda es si esta fragmentación continuará profundizándose o si Ecuador retornará a consolidar liderazgos que propicien mayor estabilidad en el sistema político.
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