No fue algo planificado sino más bien un hecho fortuito. Cuenta la leyenda que a los 19 años Dom Perignon ingresó a la orden benedictina en la Abadía de Hautvillers de Epernay, un pueblo dentro de región de Champagne en Francia. Su tarea consistía en supervisar la extensa producción de vinos del establecimiento, y fundamentalmente solucionar el problema de las burbujas que aparecían en unas cuántas botellas. Como maestro bodeguero Dom Perignon sabía como elaborar vinos, aunque ni él ni nadie por aquel entonces podía explicar el por qué. Fue Louis Pasteur, 150 años después, quién dedujo el proceso natural de la fermentación por el cual las bacterias asimilan el azúcar y la convierten en alcohol, generando a su vez calor y CO2, es decir gas carbónico.
Y si bien las burbujas que aparecían en los vinos de fines de siglo XVII eran las mismas que hoy se disfrutan y admiran en el mundo entero, en un primer momento molestaban a los monjes, que pretendían seguir haciendo sus vinos blancos y tintos como en las demás regiones europeas. Pero a causa del frío invernal, aquellos vinos detenían naturalmente su fermentación (las levaduras se paralizan a bajas temperaturas), es decir que alcanzaban un grado alcohólico moderado y tenían azúcar residual. Al llegar la primavera, y con la llegada de los primeros calores, la actividad bacteriana se reactivaba, y al estar cada botella tapada (con trozos de madera envueltos en trapos), las burbujas quedaban atrapadas, y por la presión muchas explotaban.
Pero ese 4 de agosto, Dom Perignon cambió el concepto, introdujo algunas menores y aseguró estar bebiendo estrellas. A partir de ahí la percepción de los monjes con aquel vino cambió por completo, y con el tiempo se convirtió en el vino más elegido para las celebraciones, llegando a ser en la actualidad el vino más famoso del mundo.
Champagne es mucho más que una bebida, es un lugar, una región con historia, un terroir. Esta palabra francesa que no tiene una traducción literal al castellano implica la relación entre un terruño, su clima y la intervención del hombre. Y lo más curioso es que en una región donde no se podía hacer vino, los franceses lograron inventar el vino más admirado y emulado del mundo. Porque allí el clima es muy frío y la nubosidad es abundante, por lo tanto las uvas no maduran lo suficiente, siendo sus vinos tranquilos muy ácidos y livianos en alcohol. Pero gracias a la segunda fermentación en botella y a la adición del licor de expedición, se logran vinos burbujeantes con equilibrio, carácter único y gran potencial de guarda.
Champagne está a casi 200 kilómetros al este de París, y es una región reconocida mundialmente por ser una de las que mejor y más vino producen. Sus principales viñedos están ubicados en el valle del Marne, la montaña de Reims, la Cote de Blancs, y en los alrededores de Epernay y Reims; capital de la región.
El prestigio del Champagne parte de una regulación. Un sistema de Apelación de Origen Controlada (AOC) que sigue el principio de la demarcación de territorios vitivinícolas según criterios geográficos para garantizar la calidad del vino. Pero en Champagne las reglas van mucho más allá de los límites, porque influyen en cada proceso de la producción, tanto vitícola como vinícola. Las únicas variedades de uv