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20 años de un Superclásico histórico: El caño de Riquelme y el Muletazo de Palermo

Hace dos décadas Boca lograba una clasificación de película ante River en la Copa Libertadores 2000. La remontada 3-0 quedó marcada por el gol del Titán en su regreso y la obra de arte pintada por Román.



La noche del 24 de mayo de 2000 no fue una más para la historia de Boca. Aquella victoria frente a River por Copa Libertadores no solo estableció la clasificación a semifinales, sino que fue uno de esos partidos que determinan la personalidad de un equipo. Un encuentro soñado para cualquier hincha de fútbol. Con escenas de película, como si todo hubiese estado guionado. La Bombonera latió como en sus mejores jornadas, para justificar la admiración que recibe del mundo entero.



La serie había arrancado una semana antes en el Monumental, con la derrota por 2-1 en la ida. Los goles de Juan Pablo Ángel y Javier Saviola, con el empate transitorio de Juan Román Riquelme con un fantástico tiro libre, hicieron que todo se volviera cuesta arriba. El eufórico festejo de Américo Gallego, por entonces director técnico del Millonario, y de todos los simpatizantes locales (hasta hubo bengalas) evidenciaban un claro conformismo con el resultado obtenido. Como si fuera suficiente para lograr el objetivo.

 

Tal era el optimismo del Tolo, que en la conferencia de prensa después del partido se permitió hacer una broma que lo persigue hasta el día de hoy. "De Boca no me preocupa nada. Y otra cosa, si ellos ponen a Palermo (Martín) en el banco, yo lo pongo a Enzo (por Francescoli)", declaró a raíz las versiones que indicaban que el delantero xeneize podría reaparecer en la revancha. El Titán había sufrido una seria lesión ligamentaria el 13 de noviembre de 1999 y hasta ese momento no había regresado a las canchas. Claro, el ídolo de River llevaba casi tres años retirado.

Aquella chicana, la excesiva confianza de sus jugadores y todo lo que estaba en juego en esa noche sirvieron para cargar de motivación a los futbolistas de Boca. En el banco encima estaba Carlos Bianchi, un especialista para llegar a la fibra más íntima de sus muchachos. El Virrey eligió a estos 11 para que arrancaran el encuentro: Óscar Córdoba; Hugo Ibarra, Walter Samuel, Rodolfo Arruabarrena; Julio Marchant, Cristian Traverso, Gustavo Barros Schelotto; Riquelme, Marcelo Delgado y Alfredo Moreno.

 

El trámite no fue para nada sencillo y el marcador recién se abrió a los 14 minutos del complemento, luego de un gran pase de Román para la aparición del Chelo por el segundo palo ante la extraña salida de Roberto Bonano. El clima había cambiado en la Bombonera y para potenciar el envión anímico, el técnico dispuso la entrada de Palermo. El estadio se vino abajo como en un gol. En medio del delirio y cuando faltaban siete para el final, Roberto Trotta le cometió una clara falta dentro del área al ingresado Sebastián Battaglia. El árbitro, Ángel Sánchez, no dudó en sancionar penal y el 10 lo convirtió para acariciar la clasificación.

A pesar del poco tiempo que faltaba, hubo mucho más. La expulsión de Gustavo Lombardi a los 41 dejó a River con uno menos y casi de rodillas. Fue allí que Riquelme pintó una de sus obras de arte más recordadas: el caño a Mario Yepes. No fue solo un lujo. Por el contexto y el instante elegido, Román dejaba en claro que con tan solo 21 años era uno de los iluminados para escribir grandes historias. "A veces pienso que por ahí no era necesario hacer eso. Él me siguió y se comportó un fenómeno. En ningún momento me insultó ni nada. Estaba en todo su derecho de darme una patada", afirmó sobre el colombiano.

 

A la mágica noche de la Bombonera todavía le faltaba una última escena, la de mayor emoción. Ya se jugaba el adicionado cuando Battaglia metió el pase al centro del área, donde esperaba Palermo con tres jugadores que intentaban bloquearlo. El delantero giró con todas las dificultades que evidenciaba la extensa inactividad y sus marcadores se quedaron estáticos. Su olfato goleador estaba intacto y encontró el hueco justo para colocar la pelota junto al palo derecho de Bonano. Era el 3-0 y el partido ni siquiera se pudo reanudar. El campo de juego ya había sido invadido, mientras las tribunas vivían un verdadero delirio y el héroe de la jornada mostraba sus lágrimas al mundo.

Por todo eso, aquella noche no fue una más para Boca. Se había dejado una marca. Una huella futbolística, de carácter y personalidad. Justo contra River, el eterno rival. Se había conseguido la clasificación a semifinales en una Copa Libertadores que terminó con la conquista de América en el Morumbí y frente a Palmeiras. Con Bianchi como líder de un grupo que, sin saberlo, estaba escribiendo lo que hasta el día de hoy forma parte de las páginas más gloriosas en la historia del club.

2017 Intersab.